by drimidreen
Todos nos intrigamos ante las sombras detrás de una ventana. Cuando nos asomamos por la noche a las ciudades y vemos tantas luces encendidas en tantos edificios, es imposible no pensar en que historias estarán sucediendo detrás de cada una de ellas. Se encienden, se apagan, dejando tras de sí un rastro de misterio. Las fachadas de los edificios que presenta Anna Malagrida son como redes geométricas en las que cada ventana, iluminada o no, tienen una gran capacidad narrativa que nos invita a participar activamente en la obra. El juego entre interior y exterior está permanentemente en estas imágenes que son como casas de muñecas donde habitan unos pequeños seres que son reales y a cuyas vidas nos asomamos en breves e indescifrables intervalos.
La oscuridad de los retratos de interiores es también sugerente, llenos de ensoñaciones literarias. Al igual que esos paisajes de las periferias urbanas, los alrededores de los grandes centros urbanos, donde la ciudad se deshace en callejuelas sin asfaltar, donde el espacio se abre para que la naturaleza llene los intersticios de los huecos del urbanismo. En esas zonas mal iluminadas la luz que sale de un coche abierto, aislado, solitario nos sobresalta, y nos llena de inquietud esa mujer solitaria que camina al anochecer por un lugar que ni es campo ni es ciudad, en una oscuridad misteriosa en la que sabemos que acechan mil presagios de desasosiego. La ciudad, al fondo, sigue siendo el inevitable testigo, el fondo de una escena sin resolver, que crece en nuestra imaginación y que nos hace ver, pensar, mucho más allá de lo que realmente estamos viendo. (...)
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